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HACIENDO HISTORIA

DE LA PASTORAL VOCACIONAL

EN LA IGLESIA DE AGUARICO

El seminario del Coca comenzó en el año 1980 y se fue  desarrollando según la canción: “haciendo camino al andar”. Comenzó con cuatro jóvenes kichwas, mayores de l8 años y terminó, rocambolescamente, 17 años después, en 1997. Se quiso contar con un seminario indígena, cuyos candidatos tuvieran una cierta madurez cultural. Las comunidades nativas llevaban, por aquel entonces, una pujante vida. Los jóvenes kichwas se habían incorporado con entusiasmo a las nuevas formas de organización social comunitaria, habían ejercido en sus centros funciones de liderazgo y catequesis y ansiaban recibir una más amplia formación para servir a sus organizaciones. Había una posibilidad de llegar al sacerdocio.

La nueva actividad misionera nació de la esperanza de contar con servidores eclesiales indígenas que, escalonadamente, a través de la práctica de distintos ministerios pudiesen llegar al sacerdocio. Este fue el sueño que no cuajó. Ante la confrontación alienante de la educación occidental que vino a través de los estudios en el colegio, no floreció.

Teniendo en cuenta los modos culturales kichwa y mestizo se veía y se ve como ambigua la posibilidad de una formación común de indígenas y blancos: o se tiene que optar por una integración práctica de las dos culturas en la cultura mestiza, o por la aventura de un convivir fecundo y responsable a través de un proceso crítico y maduro de los valores de ambas visiones culturales, complementarias en la práctica social y en el compromiso personal. La tercera vía, la puramente indígena, se percibe como imposible en un estado de choque y sometimiento cultural.

No hay referencia en la cultura naporuna y sería insólito, la posibilidad de un servicio desde unas perspectivas de consagración y ministerio occidentales en pobreza, castidad y obediencia. Es prerrogativa para blancos del pasado. El fallo pudo estar en que se arrancó de un cero cultural sin haber hurgado las raíces de vida y espiritualidad del día a día de la vida de los “ayllus”. No funcionó el desarraigo ni se logró el injerto.

A partir de estos primeros pasos (cinco años), que más que indicadores de un fracaso, son indicadores de un reto que no se asume, tal como nos exigen las culturas y el respeto a las personas, el seminario continuó abierto. Ahora a colonos e indígenas. El seminario se estructuró de otra forma, en cierto modo con otros objetivos.

Luego siguió la vida del seminario, hecho del día a día, año tras año. Hasta l7 años. Con horarios en el colegio Gamboa y las horas de formación del seminario, de mucha monotonía. Luego se acabó. Se tuvo que cerrar el seminario menor en el año l997. Al seminario se le conoció como  Seminario Monseñor Alejandro Labaka (últimamente).

De esa experiencia de Seminario actualmente tenemos cinco sacerdotes entre religiosos y diocesanos. Durante 17 años, en todo y para todo, hubo una sola persona no liberada de otras actividades pastorales, ayudado por una mujer que también se cambió de lugar y trabajo. Es el tiempo de crisis de formadores y todavía continuamos en él. La formación del seminarista, desde los primeros años, tiene que ser sobre todo testimonial, en el día a día social. No se trata del contundente: “voy a dar mi testimonio” o de la petición programada: “da tu testimonio”. Eso deforma. La formación testimonial, es la de la existencia enraizada en el día a día del joven en su entorno social. Formación apacible y profunda como lo hacía Jesús.

Este es el compromiso actual como Iglesia de Aguarico: tener a la pastoral vocacional como acción evangelizadora y en ese orden de misión de la Iglesia deber ser encarnada y diferenciada. Continuemos acompañando la acción del Espíritu Santo.

 

Comisión Pastoral Vocacional

 

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