‘Los pobres invisibles’
MONSEÑOR JULIO PARRILLA
Domingo 03/02/2013
La tragedia minera de Pueblo Nuevo en nuestro país, los muertos recurrentes en los penales venezolanos, el drama de los universitarios de Santa María en Brasil, los últimos deslaves sufridos en Loja con sus secuelas de destrucción y de aislamiento forzado… son los últimos fogonazos de una estela de muerte y pobreza que, con demasiada frecuencia, salpica nuestras conciencias, adormecidas al ritmo de la vida cotidiana.
La pena es que acabamos acostumbrándonos, domesticados por lo que parece inevitable. Así, las tragedias no nos conmueven demasiado, salvo que nos toquen de cerca… Consumida la noticia, los muertos y los responsables se diluyen, los unos, anónimos, los otros, impunes. Casi siempre, lo que nos impacta es el dramatismo de la imagen o la magnitud de las cifras, pero apenas nos preguntamos por las causas y las consecuencias, pareciera que nadie tuviera nombre o historia.
¿Recuerdan a las víctimas del holocausto? Se difuminaron en la conciencia del pueblo alemán cuando se convirtieron en un número. Un número trágico, grabado a fuego en el brazo de las víctimas. Los que habían sido vecinos de toda la vida se volvieron invisibles, se convirtieron en nadie. Una noche se los llevaron. Quizá nadie se atrevía a ponerle nombre propio al recuerdo.
Estas cosas se me vienen a la cabeza cuando me pregunto: ¿quién ganará las elecciones? Imposible saberlo con certeza… Pero sí sé quién las pierde: las pierden los pobres del mundo, los que trabajan, viven y mueren en condiciones infames, explotados por el poder de la plata, manipulados por la retórica de los amos del mundo.
Los mineros de Pueblo Nuevo trabajaban en condiciones laborales infrahumanas, sin seguridad, sin supervisión, sin compromiso por parte de nadie, a pesar de los discursos políticamente correctos… Ahora, con los muertos ya sepultados, se sienten obligados a sancionar a las empresas y a buscar a los responsables. Como siempre, a toro pasado. ¿Les suena?
Y a nosotros, ¿qué nos toca? Comprometernos, cada uno en su sitio, a favor de los pobres invisibles, protagonistas de un tiempo efímero de olvido. Siempre me conmovieron las palabras del Presidente de Singapur, Tony Tan, en su toma de posesión, en 2011: “Cada uno de nosotros tiene la obligación de ayudar a los últimos, a los extraviados, y a los menos importantes. El éxito de Singapur no puede ser juzgado solamente por nuestro ‘ranking’ en las tablas internacionales o el éxito de nuestras personas con más ambiciones. Como sociedad, tenemos que juzgarnos por la forma como atendemos a los necesitados. Juntos debemos asegurarnos de que los últimos no se quedarán atrás; los extraviados tendrán una mano que les guíe; y los menos importantes serán los primeros en nuestras consideraciones, como sociedad democrática”.
La esencia de la democracia se juega en este tema, en la atención a los pequeños y en el compromiso con los pobres.
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