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Amigas, amigos

Bienvenidos todos.

Saludo, ante todo, a los waorani que estén ahí, comenzando por Ima Nenquimo, que presentará el libro; a todos ustedes, y a los suyos, un gran abrazo y mi recuerdo siempre. Mi saludo también a todos los demás que acompañan esa presentación.

Gracias a quienes han apoyado la reedición de esta historia. Discúlpenme por no decir los nombres para no demorarme. Quisiera emplear esta oportunidad para referirme a lo que considero más importante y trascendental.

En primer lugar repetir que yo no hice sino escribir lo que otros me contaron e hicieron. Lo valioso no es ponerlo por escrito, sino actuar en la historia. Ellos tienen los méritos. Por eso quiero recordar algunos nombres (todos sería imposible) de waorani que fueron protagonistas y nos hicieron conocer sus vidas. Cómo no recordar con agradecimiento y emoción a Nampawue y Omare, a Ompure y Buganey, a Mincaye (un maravilloso historiador de su pueblo), a Bai y Babe, a Kay, Menga, Wepe, a Pawa, Iniwa, Guiquita y Dayuma, a Dabo y Zoila, Kemperi, Miñimo y su magnífica familia… y tantas otras mujeres y hombres de un pueblo admirable. ¡A todos ellos mi gratitud y homenaje! No olvidaré jamás algunos de los ratos que pude vivir con ellos. Allí aprendí algo que nunca he visto en ningún otro lugar.

Al llegar a Coca, en 1984, Alejandro Labaka fue el primero en conversarme sobre el pueblo wao y en insistir que, sin respetar a las minorías, no se podía ser buen ciudadano, ni tampoco misionero. Desde ese momento intenté aprender, escuchar a quienes sabían, abrir los ojos y tratar de comprender. He conocido a muchos que, en esos tiempos, despreciaban a los waorani; los miraban como si fueran cualquier cosa, o se burlaban de ellos. No quiero recordar a ninguna de esa gente. No aportan nada. En cambio, recordaré con gusto a personas mucho más sabias y generosas, que les apreciaban de verdad, nombraré a algunos que conocí y de quienes quise aprender ese arte de quererlos: Alejandro y dos religiosas magníficas, Inés Arango e Inés Ochoa, Lino Tagliani, Rachel Saint, Juan Santos Ortíz de Villalba, Patricia Kelley, Santos Dea, José Miguel Goldáraz, Rolf Blomberg, Laura Rival, Erwin Patzelt, James Yost…, tantos otros. Hoy siguen teniendo entre ustedes a gente cowori, pero amiga; Juan Carlos Andueza. Juan Carlos Armijos, Milagros Aguirre, Remigio, Milton y los compañeros que ahora les apoyan, los nuevos de la Fundación Labaka en Coca…, a todos ellos mi saludo y admiración.

Este librote que se reedita, se había terminado ya el año 1993 y se publicó por primera vez en 1995. ¡Hace ya 23 años! ¿Por qué lo hicimos los misioneros capuchinos de entonces? Porque creíamos que la historia del Oriente, e incluso la nacional, tenía como un agujero negro, nos parecía incompleta y falseada si no se conocía bien la de ese pueblo indomable y magnífico que son los waorani. Se contaban muchos cuentos, abundaban las mentiras sobre ellos. Se les llamaba aucas, salvajes. A muchos no les importaba nada que desaparecieran. Les basta repasar los periódicos de entonces y las palabras de autoridades de la zona; lo decían sin rubor, a veces disimulando. Nosotros queríamos reivindicar a los waorani como ciudadanos ecuatorianos. Un pueblo con magnífico pasado, con territorio actual, cultura y derechos. Por eso escribimos esta historia. Para hacer constar su presencia, su voz y su opinión. Para darles así carta de ciudadanía, para incluirlos entre los pueblos de la patria.

¡Recuerden esta historia, amigos! Hubo gente en Ecuador, que se tuvo por culta e importante, políticos de rango, que dijeron: Un puñado de salvajes no puede quitarnos la riqueza del petróleo a todos los ecuatorianos. Mentían. Los waorani nunca han quitado eso a nadie, en todo caso se lo han quitaron a ellos. Ahora sabemos que algunos de esos supuestos grandes gobernantes se enriquecieron ellos mismos mucho más de lo que repartieron en el país. Para eso se escribe la historia, para poner en claro los abusos y los cuentos.

Espero que a nadie se le ocurra ahora en Ecuador, como ocurría entonces, pensar que el país estaría mejor sin los waorani. Pero, amigos, estén atentos a lo que pasa hoy. Porque, si no lo estamos, la historia se repite. Y algo de eso sigue ocurriendo con esos grupos, cercanos o parientes de los waorani, que llamamos ocultos. A los que algunos ocultan bien interesadamente. Porque en la oscuridad, en la ignorancia de la mayoría, los caenwen, los comedores de gente, actúan con total impunidad. Y los van exterminando, y siguen diciendo cínicamente que es por el bien común.

La grandeza de un buen gobernante y de una nación no se mide porque sigue los dictados de los más ricos y ávidos de riqueza; o por dejarse guiar por los poderosos de su tiempo. Ni siquiera por obedecer ciegamente la opinión de las mayorías, para así conquistar su voto y beneplácito. Como si la mayoría siempre tuviera razón. No es así. Un gobernante, una nación, es grande cuando defiende a los débiles y enseña a la mayoría a respetar los derechos sagrados de los más indefensos.

Amigas, amigos, pueblo wao, no se olviden que en este mismo momento unos pequeños y casi desconocidos grupos humanos siguen defendiendo en esas magníficas selvas su condición de seres libres. Ecuador tiene ahí un tesoro mucho mayor que sus mejores monumentos; más grande que los Andes, más bello que la Compañía de Quito. No permitan que lo hagan desaparecer. Hay que ayudarles para que ellos sobrevivan y así escriban su propia historia, como ahora pueden hacer los waorani.

Un abrazo a todos. Fue para mí una suerte haber vivido entre ustedes. Nunca lo olvidaré. Muchas gracias.

Miguel Angel Cabodevilla

17/8/2016

 

 
 
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