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Así se salva el pulmón del mundo

 

Algunas comunidades indígenas cercanas al Parque Nacional Yasuní, en la Amazonía de Ecuador, apuestan por el ecoturismo como alternativa a la explotación petrolera

JAIME GIMÉNEZ

Quito 27 JUL 2016

 

“Bienvenidos al pulmón del mundo”. Así recibe Fernando Alvarado nada más bajar de la canoa en la comuna de Alta Florencia, en plena Amazonía ecuatoriana. A pocos kilómetros del Parque Nacional Yasuní, esta comunidad indígena kichwa situada a orillas del río Napo trata de sacar adelante desde hace 13 años su proyecto de ecoturismo. Como ella, varias comunidades del cantón Aguarico, en la provincia de Orellana, buscan en el turismo una alternativa a la explotación petrolera en una de las regiones más biodiversas del mundo.

El intenso verdor de la selva amazónica se mezcla con los tonos azules y marrones del cielo y el río. Un sol abrasador calienta al viajero poco antes de que las nubes tomen el cielo por asalto y descarguen su furia en forma de diluvio. El ruido del motor impide escuchar las canciones de las innumerables especies de pájaros que se acomodan en los majestuosos árboles que pueblan las riberas del Napo. Este es el panorama que se encuentra el turista que decide pasar sus días de descanso en el rincón más profundo de la selva de Ecuador. Un viaje de 300 kilómetros en lancha desde la ciudad de Coca a través de unas aguas que van a parar directamente al río Amazonas, ya en Perú. Entre cuatro y 12 horas de viaje, según la velocidad de la embarcación y el caudal del río, en las que admirar la inmensidad de la selva y comprobar los múltiples contrastes que habitan en ella. En este viaje todo es posible, desde observar pesados camiones cargados de crudo a bordo de gabarras que surcan lentamente el Napo, hasta contemplar parejas de guacamayos cortando el cielo con su estela multicolor.

Uno de los destinos es Sacha Ñambi, el proyecto de turismo comunitario de Alta Florencia. "Sendero en la selva" en idioma kichwa, Sacha Ñambi nació en 2003 por decisión de los habitantes de esta comunidad. “Como los terrenos de la comuna no son buenos para la agricultura, la asamblea apostó por desarrollar la actividad turística”, comenta Alvarado, responsable del proyecto. Buscaban un sustento económico, pero también “una forma de manejar nuestro bosque de forma sostenible”, cuenta este hombre de mediana edad y eterna sonrisa que se declara en contra de la explotación petrolera en su territorio. Con el apoyo de Solidaridad Internacional y otras ONGs, los habitantes de Alta Florencia recibieron formación en turismo y construyeron varias cabañas que ahora sirven de alojamiento para los visitantes. Sin embargo, no reciben tantos como les gustaría.

Pese a contar con más de 5.000 hectáreas de bosque primario y situarse a poca distancia del Yasuní, son muy pocos los turistas que llegan a la comunidad. En lo que va de 2016 apenas han recibido a 14. “El terremoto en la costa y la erupción del volcán Cotopaxi han afectado mucho”, se queja Alvarado, en referencia a los últimos desastres naturales que han amenazado a Ecuador.

Pero también existen otros factores que no dependen de las placas tectónicas o los colosos andinos. Según Henry Moya, responsable de turismo del Gobierno municipal de Aguarico, los principales problemas para la consolidación de los proyectos ecoturísticos del cantón son el aislamiento geográfico y la falta de infraestructura. Al encontrarse tan alejadas de Coca, la capital provincial, los viajes se encarecen y las distancias se alargan. Asimismo, la falta de un aeropuerto operativo en la zona conlleva que la única forma de llegar a las comunidades sea navegando el río Napo, lo que supone un largo y muchas veces incómodo viaje para los turistas. Todo ello “hace que sea muy difícil competir con otros destinos de la Amazonía”, aclara Moya.

El otro gran problema de los proyectos ecoturísticos es la falta de promoción. Muy pocos cuentan con una página web. “Aquí tenemos todo lo necesario para recibirlos, lo que falta es traer a los turistas”, expone Alvarado.

No obstante, otras iniciativas comunitarias corren mejor suerte. Es el caso de Yaku Warmi, "mujer del agua" en kichwa, gestionado por la comuna de Martinica, también en el cantón Aguarico. Situada a orillas del río Cocaya, un afluente del río Aguarico —a su vez afluente del Napo—, Yaku Warmi acogió a 60 turistas solo en abril de este año. “Llegan tantos visitantes que ya casi perdemos la cuenta”, revela Manuel Coquinche, coordinador del proyecto ecoturístico. “Hacemos paseos a pie y en canoa, aquí se pueden observar muchos animales como caimanes, tapires, osos hormigueros, lobos de río o manatíes”, presume. En los ocho años que dura el proyecto, la comunidad ha conseguido adiestrar a tres delfines rosados, a los que alimentan todos los días frente a la admiración de los turistas. “Aquí estamos muy orgullosos de tener intactos a los animales, algo que no ocurre en muchas partes del Yasuní”, dice Coquinche. Comprobamos que dice la verdad: en apenas un paseo de media hora contemplamos a una manada de monos aulladores saltando de árbol en árbol a orillas del río Cocaya, a una cría de anaconda y a los delfines amaestrados.

Al igual que en Alta Florencia, la iniciativa Yaku Warmi también fue concebida como una alternativa a la explotación petrolera. Según Coquinche, “nuestra idea es trabajar en turismo para conservar nuestro territorio y no permitir que vengan a destruirlo”.

 

Alternativa al petróleo

La Amazonía norte de Ecuador tiene una larga historia de excesos de la industria petrolera. En la provincia de Sucumbíos, la estadounidense Chevron-Texaco ha sido acusada de crear mil piscinas de residuos tóxicos en plena selva, afectando tanto al medio ambiente como a la supervivencia de los pueblos indígenas cercanos. En Orellana, donde se sitúa el Parque Nacional Yasuní, diferentes compañías como Repsol, Agip o la estatal Petroamazonas operan varios bloques petroleros situados dentro de la reserva natural. En la zona más remota del parque, cuyo territorio coincide con el cantón Aguarico, se encuentra el bloque 43, mejor conocido como Yasuní-ITT. Tras el fracaso del Gobierno de Rafael Correa para obtener una compensación económica internacional a cambio de no explotar el Yasuní-ITT, Petroamazonas ya trabaja en la extracción de crudo. Según anunció el Ministerio de Hidrocarburos, se espera que el primer barril de petróleo del bloque 43 se obtenga en julio. A pesar de la abrupta bajada en los precios internacionales del crudo y de las dificultades logísticas para explotar esta región de la Amazonía, el Ejecutivo ecuatoriano ha seguido adelante con sus planes extractivos. A ello hay que añadir el reciente descubrimiento de 750 millones de barriles de petróleo adicionales que yacen en el ITT, lo que supone un aumento del 82% sobre las reservadas estimadas inicialmente.

En Martinica, ubicada entre las reservas naturales protegidas del Cuyabeno y el Yasuní, Coquinche está convencido de que su comunidad no debe apostar por la explotación. “El petróleo no es para toda la vida, durará un tiempo, pero luego se acabará. En cambio, el turismo se alargará hasta que nosotros nos cansemos”. Mientras muchas comunidades del cantón Aguarico aprobaron la llegada de la industria petrolera en los procesos de consulta previa organizados por el Gobierno, Martinica y Alta Florencia prefirieron mantenerse al margen. “La estrategia de la compañía es venir y, si la gente no firma rápido el convenio, traen dinero en sacos y dicen: ‘miren, esto es lo que van a perder si no aceptan”, denuncia Alvarado, quien asegura que su comunidad se opuso desde el principio a los intentos de la petrolera de buscar crudo en su territorio.

Apostar por el turismo en una región donde abunda la explotación petrolera no es una decisión sencilla. Además de renunciar a las indemnizaciones económicas proporcionadas por las empresas y a las promesas de compensación social, los proyectos ecoturísticos tienen una dificultad añadida. El ruido provocado por los taladros de perforación, la maquinaria y los camiones o helicópteros ahuyenta a los animales y perturba la tranquilidad de la selva, los principales reclamos turísticos de la Amazonía. En palabras de Juan Carlos Orellana, concejal de Aguarico, “el turista viene aquí a alejarse del bullicio de la ciudad, en busca de un ambiente sano y aire puro, pero eso ya no lo va a encontrar”, comenta en referencia a aquellas comunidades que se encuentran cerca de las instalaciones petroleras.

En la comuna de San Vicente, a orillas del Napo, conocen bien las consecuencias de la llegada de la industria del crudo para los proyectos ecoturísticos. Esta comunidad, cuyo territorio se divide entre los bloques 31 y 43, ambos operados por Petroamazonas, aceptó la explotación su territorio. Aquella decisión supuso el final de la iniciativa turística que habían impulsado. “En mi comunidad hay una laguna donde había animales, allí teníamos cabañas donde se llevaba a los turistas”, cuenta Rodrigo Cox, presidente de San Vicente. “Eso era hace ocho meses. Ahora no queda absolutamente nada porque han construido un oleoducto que pasa justamente por ese sector”, explica el dirigente, quien llegó a la presidencia después de que la comuna votara a favor de la explotación petrolera. “Pasaron el tubo por allí, hicieron la exploración sísmica y se perdió todo, porque lo animales se fueron”, sentencia un Cox compungido y profundamente concienciado de que, a diferencia del petróleo, el turismo es una actividad sostenible a largo plazo.

 

La Amazonía norte de Ecuador tiene una larga historia de excesos de la industria petrolera

En ese sentido, Carlos Larrea, profesor de la Universidad Andina, considera que la industria petrolera no ha traído apenas beneficios a las poblaciones locales. “Las condiciones de vida de los habitantes del Yasuní están entre las más críticas del país, en algunas partes existen índices de desnutrición y mortalidad infantil muy altos. Eso implica que el petróleo no ha logrado una mejora significativa de sus condiciones de vida”, analiza este experto en desarrollo y cambio climático. Por el contrario, según Larrea, allí donde se han consolidado experiencias de ecoturismo exitosas, sí se han producido mejoras sustanciales para sus habitantes. “Tenemos los casos de la comunidad kichwa de Añangu o la comunidad waorani de Bameno, donde han logrado mejorar las condiciones de vida de la población indígena respetando la biodiversidad”, remacha.

Algo similar ha ocurrido en Martinica, donde el proyecto Yaku Warmi está proporcionando ingresos estables a la comunidad. Con los beneficios derivados del turismo, los habitantes pueden adquirir útiles escolares para los niños, así como ropa y zapatos. Además, también destinan el dinero para pagar los medicamentos y los desplazamientos hasta el hospital. Para Coquinche, esto ha supuesto un cambio fundamental para la población. “Antes, mucha gente no tenía ni para la medicina, no tenía ni para que estudiaran los hijos”, recuerda.

Asentadas sobre el pulmón del mundo, las comunidades que deciden iniciar proyectos ecoturísticos en las inmediaciones del Parque Nacional Yasuní afrontan un importante dilema. ¿Merece la pena apostar por iniciativas a largo plazo que conserven intacta la riqueza de su territorio, aun cuando ello signifique renunciar a dinero rápido? Para unas comunidades marginadas del desarrollo económico nacional, el dilema no tiene fácil solución. Sin embargo, a pesar de todas las dificultades, habitantes como Fernando Alvarado parecen tenerlo claro: “nuestra comuna sigue unida, mantenemos nuestras tradiciones y conservamos nuestra selva, esa es nuestra vida”.

 

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