Se inaugura el MACCO
un proyecto original de la misión capuchina en Ecuador
La idea es delirante, pero, ¿quién ha dicho que la cultura no es delirante?...
Es la manera en la que el experto en arqueología ecuatoriana Iván Cruz se refiere a la creación de un museo y centro cultural en plena Amazonía ecuatoriana.
El jueves 30 de abril, ese delirio se concreta con la inauguración y puesta en marcha del MACCO (Museo Arqueológico y Centro Cultural de Orellana), 15 años después de que el Padre Capuchino Miguel Ángel Cabodevilla diseñara esta idea e hiciera, literalmente, hasta lo imposible por llevarla a cabo.
La historia de los "omagua" -la civilización que ocupó los territorios de la cuenca del río Napo entre los años 1200 al 1600 o 1700 de nuestra era-, es el disparador de este ambicioso proyecto, que nació hace aproximadamente 50 años de la misión capuchina asentada en el que hoy es la provincia de Orellana y que esta semana cierra un ciclo de investigación y difusión alrededor de la cultura precolombina de la zona.
El MACCO no es sólo un museo, es también un centro cultural que está activo desde hace unos ocho años, como cuenta Milagros Aguirre, directora de la Fundación Alejandro Labaka, institución clave en la concreción de este proyecto que partió de la colección arqueológica omagua recuperada por los capuchinos y que hoy se ha extendido a distintos ámbitos.
Así, por ejemplo, los habitantes del Coca saben que cada jueves en el auditorio (que también es parte del MACCO) hay alguna actividad cultural gratuita; aunque todavía son una minoría en esta ciudad de 70.000 habitantes. A pocos días de la inauguración y con años de trabajo cultural como respaldo (en un local vecino al nuevo museo funcionaba el MACCO – previo), todavía son demasiados los que no se han enterado para qué servirá la edificación imponente del malecón de Coca, a la altura de la calle Espejo. De ocho personas que se encontraban a media cuadra del edificio y que fueron consultadas por el MACCO que está por inaugurarse, ninguna se había acercado siquiera a verlo y ninguna sabía exactamente de qué se trataba ni qué albergaría.
Al museo con 370 piezas en exhibición y el auditorio se suman una biblioteca (con archivo digitalizado) y una sala para exposiciones temporales, además de salas de lectura, con una envidiable vista al río Napo. La construcción que estuvo a cargo del estudio arquitectónico MCM + A, de Quito, está diseñada para el disfrute práctico y estético de sus usuarios. Como sostiene Cruz, quien ha sido el curador de la colección desde 1999 -cuando montó la exposición "Rostros de Luna"- y es el encargado de la museología para la sala permanente, el propósito es que el MACCO sea al Coca, lo que el Guggenheim es a Bilbao.
Poner a esa zona del Oriente ecuatoriano en el mapa por fuera de su papel en la producción petrolera es uno de los objetivos del MACCO. Cabodevilla es optimista en cuanto al potencial que esta institución puede aportar a la región, y no sólo a Coca. "El Museo no debe estar mirando hacia atrás, sino al presente y al futuro”.
No es sólo una herencia, sino una experimentación, una creación. Esta es, precisamente, la labor de las exposiciones temporales, que nos permitirán desarrollar otras dimensiones del conocimiento, pero también del arte actual. "Pueden ponernos en contacto con formas de pensar de otras comunidades y sacar al museo del nicho exclusivo del pasado", dice en una comunicación vía correo electrónico en la que añade "todavía hoy para las gentes quiteñas o costeñas, el Oriente es poco más que tierra de petróleo, probable minería, zonas pintorescas y región para migrantes. Lo que se sabe de ella son cuatro trivialidades de la historia y grandes dosis de retórica". A través del fomento de las actividades culturales/artísticas y de los proyectos e investigaciones que pueden gestarse desde o a través del MACCO, la intención es revertir esta situación.
Sin embargo Cruz no encuentra fácil esta tarea: "Existen intereses económicos que son mayores a los culturales; por el momento hay otras prioridades". Optimismos y pesimismos aparte, lo cierto es que esta semana se abre la primera exposición (además de la permanente), en la que se relatará la historia del museo, desde sus inicios con los capuchinos en Pompeya en 1975 hasta hoy.
Además de la Fundación Labaka, hay otro gestor clave en esta historia: es el municipio de Orellana. En el 2004, la actual alcaldesa Ana Rivas, entonces concejala, escuchó a Cabodevilla y se enamoró del proyecto. Y el primer año de su gestión al frente del Cabildo (en el 2005) dio el visto bueno para emprender lo que la mayoría creía que era una locura: construir un museo y un centro cultural en una zona poco dada a las actividades culturales. De todas maneras, Rivas consiguió que el Banco del Estado aportara con USD 2.900.000 en un crédito no reembolsable y puso del presupuesto municipal 1.500.000 más para mejorar el proyecto.
Hoy el fruto de su enamoramiento quedará marcado en la historia como el primer emprendimiento de este tipo en la región Amazónica ecuatoriana y andina.
El propósito de Rivas va más allá del romanticismo que reivindica las artes y la historia; es práctico: "Tenemos que buscar alternativas para cuando el petróleo se termine en nuestra zona; yo estoy convencida de que el MACCO va a ayudar a dinamizar la economía local en la era postpetrolera". ¿Una idea delirante? Quizá para aquellos que no hayan oído hablar de las industrias culturales y las opciones económicas que ofrecen.
I. Guzmán -El Comercio -Ecuador