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EL AÑO DE LA FE Y LA VIDA CONSAGRADA

Un saludo fraterno en este año de la fe a todas las hermanas y hermanos que compartimos la vocación de seguirle al Señor desde los consejos evangélicos, y la invitación a vivir con espíritu fraterno la misión de llevar la Buena Noticia a nuestros hermanos ecuatorianos y latinoamericanos en este segundo decenio del tercer milenio.

Disponemos de varios documentos importantes para vivir, personal, comunitaria, intercongregacional y eclesialmente este singular acontecimiento: Carta Apostólica “Porta Fidei”, documento del Sínodo de Obispos sobre la Nueva Evangelización, Mensaje Final de la IV Semana Teológica de la Vida Consagrada en el Ecuador, Aporte del equipo de Reflexión Teológica a la XXXVII Asamblea de Superiores Mayores de la Vida Consagrada en el Ecuador y los Documentos de nuestras Congregaciones Religiosas,

Como muy bien sabemos, el santo Padre, Benedicto XVI, con la Carta Apostólica “Porta Fidei”, declaró inaugurado el Año de la Fe, a partir del 11 de octubre de 2012, que va  hasta el 24 de noviembre de 2013, solemnidad de Cristo Rey. El día 11 de octubre fue elegido porque en esa fecha se cumplían los cincuenta años de la apertura del Concilio Vaticano II y el vigésimo aniversario de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica.

El santo Padre invita a toda la Iglesia “a un tiempo de especial reflexión y redescubrimiento de la fe” (Porta Fidei, 4). El Sínodo de Obispos sobre “La Nueva Evangelización para la transmisión de la fe cristiana” fue un momento de especial riqueza para impulsar el año de la fe.

La Vida religiosa recibe con gratitud la invitación del Santo Padre y de los Obispos reunidos en el Sínodo, y en comunión con toda la Iglesia, quiere comprometerse de modo más explícito en el don de la fe, y en el testimonio y el servicio en nuestra misión específica de Consagrados. Somos conscientes de que en el mundo actual “una profunda crisis de fe afecta a muchas personas” (Porta Fidei, 2).

Con mucho dolor podemos afirmar que esta crisis también ha afectado y está afectando a la Vida Religiosa, y sin embargo debemos reconocer que nuestra misión siempre ha sido, es  y debe ser el servicio de la fe y la promoción de la justicia; nuestro deseo más profundo es ayudar a la humanidad “a redescubrir el camino de la fe… y la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo” (Porta Fidei, 2).

El texto inspirador para el título de la Carta Apostólica “Porta Fidei”, está tomado de Hech 14, 27: “A su llegada reunieron a la Iglesia y se pusieron a contar todo cuanto Dios había hecho juntamente con ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe”, que se refiere a la vida de comunión con Dios y que permite la entrada oficial en la Iglesia, que está siempre abierta para todos. La invitación concreta sigue presente en nuestros días, debemos cruzar el umbral y caminar con el Señor y con los hermanos.

Para nuestra reflexión personal y comunitaria y para nuestra actividad apostólica, pudiera ayudarnos las siguientes ideas: el contexto cultural y social en el que vivimos, la vida personal de la fe, la vivencia comunitaria y el testimonio de nuestra vida de fe.

El contexto cultural y social. El año de la fe debe ser vivido en el contexto cultural y social. Como Religiosos/as y como miembros de la Iglesia estamos llamados a descubrir cómo vemos, cómo entendemos y valoramos nuestros contextos sociales y culturales en lo tocante a la fe. Desde el contexto en que vivimos y laboramos estamos invitados a descubrir las luces, sombras, los retos y oportunidades que están en la realidad en que vivimos y trabajamos con referencia a la fe.

La vida personal de la fe. Es la oportunidad de mirar en nuestra vida personal el modo cómo vivimos nuestra fe, descubrir el papel práctico que juega nuestra fe en nuestra vida consagrada, en las relaciones interpersonales, en la actividad apostólica, en el modo como afrontamos las dificultades, en el modo como usamos nuestro tiempo, los recursos, la energía, nuestras capacidades. Debemos preguntarnos qué cosas experimentamos como desafíos o como obstáculos a la fe, y cuáles sostienen nuestra fe y la hacen más profunda, qué añada mi fe en mi vida como consagrado/a.

La vivencia comunitaria de la fe. Hoy más que nunca, en este mundo carente de valores trascendentales y volcado a disfrutar de la vida y encerrada en el individualismo, nuestra vida comunitaria debe ser un testimonio creíble e incuestionable de una fe profunda, de un amor total al Señor que nos sigue invitando a plasmar el amor en obras de servicio a los hermanos, empezando por quienes comparte la familia religiosa, caminando con quienes comparten nuestra misión y abriéndonos especialmente a nuestros hermanos/as excluidos y marginados.

Testimonio de nuestra fe. Muy bien sabemos que la fe es un don de Dios, pero también sabemos que somos responsables de vivirla y hacerla crecer. Hoy, como en los primeros años de la vida de la Iglesia, el Señor nos envía por los caminos del mundo para proclamar su Evangelio a todos los pueblos de la tierra (Cf Mt 28, 19). Jesucristo sigue llamando, atrayendo hacia sí, a hombres y mujeres a seguirle según lo consejos evangélicos, llama y confía el anuncio del Evangelio. Es necesario un compromiso esencial, más convencido, más radical, más gozoso en la nueva evangelización; estamos llamados a redescubrir la alegría de crecer, la alegría de creer, de profundizar nuestra fe en Dios, nuestra fe en los demás y nuestra fe en nosotros mismos.

Le fe crecerá en la medida en que vivamos como una experiencia de amor que se recibe y se comunica, como experiencia de gracia y de gozo; la fe nos hace fecundos, porque nuestros corazones se ensanchan en la esperanza de un mundo más fraterno y humano, porque nos permite compartir la alegría del amor, porque nos permite dar respuestas al drama del sufrimiento y del dolor, porque nos lleva a compartir las luchas y las esperanzas de los hermanos, porque nos permite vivir la fuerza del perdón, compartir la debilidad humana para transformarla en fuerza en el Resucitado.

Queridos hermanos y hermanas en la Vida Religiosa, pidamos al Señor y a nuestra Madre Santísima que, reconociendo nuestras limitaciones y pecados, nos permitan vivir este año de la fe con renovada vitalidad y compromiso, con un corazón siempre abierto lo que nos pide el mundo y la Iglesia.

Fraternalmente,

JUNTA DIRECTIVA CER

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