Homilía del Santo Padre, Benedicto XVI
Jornada Mundial para la Vida Consagrada
Queridos hermanos y hermanas:
La fiesta de la Presentación del Señor, cuarenta días después del nacimiento de Jesús, nos muestra a María y a José que, en obediencia a la Ley mosaica, acuden al templo de Jerusalén para ofrecer al niño, en cuanto primogénito, al Señor y rescatarlo mediante un sacrificio (cfr Lc 2,22-24). Es uno de los casos en los cuales el tiempo litúrgico refleja aquel histórico, porque hoy se cumplen precisamente cuarenta días de la solemnidad del Nacimiento del Señor; el tema de Cristo Luz, que ha caracterizado el ciclo de las fiestas navideñas y ha culminado en la solemnidad de la Epifanía, es retomado y prolongado en la fiesta del día.
El gesto ritual de los padres de Jesús, que acontece en el estilo de humilde escondimiento que caracteriza la Encarnación del Hijo de Dios, encuentra una singular acogida por parte del anciano Simeón y de la profetisa Ana. Por divina inspiración, ellos reconocen en aquel niño al Mesías anunciado por los profetas. En el encuentro entre el venerable Simeón y María, joven madre, Antiguo y Nuevo Testamento se conjugan de un modo maravilloso en la rendición de gracias por el don de la Luz, que ha brillado en las tinieblas impidiéndoles de prevalecer: Cristo Señor, luz para iluminar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel (cfr Lc 2,32).
En el día en el que la Iglesia recuerda la presentación de Jesús en el templo, se celebra la Jornada de la Vida Consagrada. En efecto, el episodio evangélico al que nos referimos constituye un significativo icono de la donación de la propia vida por parte de cuantos han sido llamados a representar en la Iglesia y en el mundo, mediante los consejos evangélicos, los rasgos característicos de Jesús, virgen, pobre y obediente, el Consagrado del Padre. En la fiesta de hoy celebramos el misterio de la consagración: consagración de Cristo, consagración de María, consagración de todos aquellos que se colocan en las filas de Jesús por amor del Reino de Dios.
Según la intuición del Beato Juan Pablo II, que la celebró por primera vez en 1997, la Jornada dedicada a la vida consagrada se propone algunos objetivos particulares. Quiere responder antes que nada a la exigencia de alabar y agradecer al Señor por el don de éste estado de vida, que pertenece a la santidad de la Iglesia. A cada persona consagrada hoy está dedicada la oración de la entera Comunidad, que rinde gracias a Dios Padre, dador de cada bien, por el don de esta vocación, y con fe nuevamente lo invoca. Además, en esta ocasión se quiere valorizar siempre más el testimonio de aquellos que han elegido de seguir a Cristo mediante la práctica de los consejos evangélicos con el promover la conciencia y la estima de la vida consagrada al interno del Pueblo de Dios. En fin, la Jornada de la Vida Consagrada quiere ser, sobre todo para ustedes, queridos hermanos y hermanas que han abrazado esta condición en la Iglesia, una preciosa ocasión para renovar los propósitos y reavivar los sentimientos que inspiran la donación de ustedes mismos al Señor. Esto queremos hacer hoy, este es el compromiso que ustedes están llamados a realizar cada día de sus vidas.
En ocasión del quincuagésimo aniversario de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II, he convocado -como saben- el Año de la fe, que se abrirá en el próximo mes de octubre. Todos los fieles, pero en modo particular los miembros de los Institutos de vida consagrada, han acogido como un don esta iniciativa, y auspicio que vivirán el Año de la fe como tiempo favorable para la renovación interior, de la que siempre se advierte la necesidad, con una profundización de los valores esenciales y de las exigencia de la propia consagración. En el Año de la fe ustedes, que han recibido la llamada a seguir a Cristo más de cerca mediante la profesión de los consejos evangélicos, están invitados a profundizar todavía más la relación con Dios. Los consejos evangélicos, aceptados como auténtica regla de vida, refuerzan la fe, la esperanza y la caridad, que unen con Dios. Esta profunda cercanía al Señor, que debe ser el elemento prioritario y característico de su existencia, los llevará a una renovada adhesión a Él y tendrá un influjo positivo sobre su particular presencia y forma de apostolado dentro del Pueblo de Dios, mediante la aportación de sus carismas, en la fidelidad al Magisterio, con la finalidad de ser testigos de la fe y de la gracia, testigos creíbles para la Iglesia y para el mundo de hoy.
La Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, con los medios que considere más adecuados, sugerirá orientaciones y actuará para favorecer que este Año de la fe, sea para todos ustedes un año de renovación y de fidelidad, para que todos los consagrados y consagradas se comprometan con entusiasmo en la nueva evangelización. Mientras dirijo mi cordial saludo al Prefecto del Dicasterio, Monseñor Joao Braz de Aviz – al que he querido incluir en el número de cuantos crearé Cardenales en el próximo Consistorio – aprovecho con gusto esta feliz circunstancia para agradecer, a él y a sus Colaboradores, por el precioso servicio que rinden a la Santa Sede y a toda la Iglesia.
Queridos hermanos y hermanas, agradezco también a cada uno de ustedes, por haber querido participar en esta Liturgia, que, gracias también a su presencia, se distingue con un especial clima de devoción y recogimiento. Deseo todo bien para el camino de sus Familias religiosas, como también para su formación y su apostolado. La Virgen María, discípula, sierva y madre del Señor, obtenga del Señor Jesús “que cuantos han recibido el don de seguirlo en la vida consagrada, sepan testimoniarlo con una existencia transfigurada, caminando gozosamente, junto con todos los otros hermanos y hermanas, hacia la patria celestial y la luz que no tiene ocaso” (Vita Consecrata, 112).