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Estafadores en el Río Napo - Los gallinazos atacan

Desde hace algunos años ya esta parte las comunidades indígenas del río Napo están cayendo en manos de redes manipuladas por conductas delictivas de “cuenteros” o estafadores de toda calaña y de baja estofa atraídos por el boom económico petrolero, en cuyo medio viven y se multiplican como conejos en su propio caldo de cultivo.

Al mismo tiempo el auge económico les ha servido de trampolín para abalanzarse sobre los ahorros de sus víctimas como bandadas de voraces gallinazos carroñeros, ahítos de rapiña y de dinero fácil. Las creencias de las gentes del Napo, trasmitidas oralmente y arraigadas en una limpia cosmovisión ancestral de valores culturales, son el blanco apetecido de la más grosera manipulación y engaño de estafadores sin escrúpulos.

Los naporuna creen en la utópica tierra sin mal que algún día sorpresivamente llegará: “En medio de la noche se hizo el día”, dice la profecía del Inca Rey, y en sus relaciones de familia practican el compartir (Kushka runa); conviven con los espíritus de la selva que velan por ellos y temen a los poderes shamánicos de ciertas personas (brujos) que pueden curar o matar el cuerpo y el espíritu, en especial recelan del ladino hombre blanco del que desconfían con una disconformidad enfermiza que no les permite ver en él la menor duda ni sombra de engaño.

La población amazónica del Napo (kichwa, waorani, síona, cofán y secoya) no ha sido conquistada en su raíz cultural. En este sentido está conformada por sociedades “de contacto reciente”, aunque desde el siglo XVI vive con el colonizador español que les hizo esclavos y se apoderó de sus recursos naturales, organización ancestral y fuerza de trabajo. Muchos pueblos y culturas prefieren, hasta ahora, desaparecer antes que ser conquistadas y evangelizadas: “Cuartearon su tronco, talaron sus ramas, se llevaron las riquezas de sus frutos, pero no cortaron sus raíces” (Pophol Vuh). La esclavitud, por más brutal que parezca los ha sometido, pero no los han asimilado e integrado culturalmente al mundo blanco (resistencia y lucha cultural). Por los años 30 del siglo pasado, Monseñor Spiler, obispo del Tena decía “que entre Tena y Rocafuerte no había ningún indígena libre en las haciendas” (un elogio para la cultura Naporuna que no se rinde).

Hacia los años 40 se inician cambios radicales e imparables de asimilación cultural, nunca sentidos antes, a través de la educación escolarizada, acceso a la economía monetaria y a una tecnología confortable y fascinante. La población kichwa, siona, secoya y cofán mayoritariamente toman este camino y nadie en el mundo los podrá convencer de lo contrario.

Por su parte, el pueblo waorani que está en los momentos de primer contacto, no es un pueblo como los demás: no han superado el trauma que supone descubrir que la existencia no se limita a la vida de clan en sus plácidos bohíos de la selva. En su relación con el petrolero todo es distinto, nadie conoce a nadie y todos le dicen que debe estudiar, aprender español y tener plata para ser respetado, pues en el mundo de los blancos no se comparte nada, ni saben explicar nada. Todavía un gran grupo de clanes de su nacionalidad hacen parte de los no contactados que rechazan a punta de lanza, a propios y a extraños, que invaden sus tierras y se apoderan de sus recursos.

Hay dos maneras comunes de estafar.

Unos estafadores se apoyan en la brujería de la chontapala (dolencia psico-somática) disfrazada de una supuesta “captura de la pisada” de la víctima elegida. Ésta enferma mortalmente y solo puede sanar si realiza una peregrinación ritual a la caverna donde las brujas retienen atormentada su pisada entre velas encendidas. Además le exigen el desembolso de fuertes cantidades de dinero para comprar la “pisada” secuestrada por la red de estafadores para librarlo de la brujería y vivir.

La bonanza petrolera ha permitido a algunas familias indígenas acceder a pequeños negocios, ahorrar dinero para estudios y comprar tecnología que les permite tener una vida más confortable. Los estafadores van por ellos. Su cuartel general está en Ambato. Desde ahí se extiende la red de informantes, brujos y adivinos que extorsionan a las comunidades indígenas, kichwas y waorani por toda la zona petrolera del Río Napo y Aguarico. La posición económica y su propensión a dolencias hipocondríacas determinan la elección de la víctima, a las que con facilidad convencen de que ningún doctor podrá curarlas; porque su pisada o alguna prenda personal están siendo velados en un lugar recóndito, además tienen capturado su nombre, datos personales, teléfonos y cédula sujetos con alfileres y escritos en un gran libro.

Deben retirar la supuesta “pisada” que se les entrega en una bolsa de plástico con tierra y eliminar su nombre del libro maldito. El rescate de la prenda es económico, deberá pagar entre $ 1.000 y 10.000, de lo contrario nunca sanará y morirá.

Es tal el terror mágico que despierta esta estafa de brujería, que nadie de los cientos de casos conocidos se atreve a denunciar para evitar la retaliación brujeril que se paga con muerte. Es una estafa sin piedad, silenciosa y angustiante, que mueve mucho dinero, destroza familias, arruina negocios y mantiene en vilo a comunas enteras.

La otra línea de estafa está relacionada con la credulidad de la gente indígena promovida a puestos de mando administrativos o políticos, que viven a caballo entre dos mundos no asimilados, con relaciones sociales disfuncionales, escolarizada y llena de ilusiones, que quieren incursionar en algún negocio lucrativo que genere plata. Desde la bonanza económica en que se ven y sin una suficiente comprobación del artificio cultural que actúa engañosamente en su conciencia mágica, sueñan que ya llegaron los tiempos dorados de la “tierra sin males” (el kutik pacha). Se sienten dueño de los poderes que actúan en el mundo económico, de poder y de saber de los mestizos y los viven con un convencimiento espiritual invencible y un sentimiento irreductible de éxito sin fundamento.

Hablemos de Jhony. Jhony es un mestizo que apareció de pronto en la comuna. Se enamoró de una chica, se hizo comunero y se casó. En la comuna operaban la petrolera china Petroriental y la estatal Petroemazonas. La mayor parte de los socios eran obreros y ganaban su plata. Jhony tenía una experiencia anterior y también en la comuna metió las manos en una pequeña cooperativa y en una compañía de menaje de la petrolera regentada por comuneros, a las que dejó endeudadas. Un día se le ocurrió algo mayor: convenció a su gente de comprar una “gabarra peruana” muy grande que ganaría suficiente dinero para un grupo de la comuna trabajando en la petrolera con la que ya había negociado. El dinero era mucho pero muchos le apoyaron, hasta le entregaron el dinero de la compensación y la indemnización por la tierra comunal, cobrado e repartido entre socios. Negoció con el vigilante de la gabarra como si fuera el patrón al que canceló el importe consabido. Trasladó el armatoste a la comuna y lo pintó. A los pocos meses apareció el dueño de la gabarra que se la llevó, porque era suya y no la había vendido. El grupo se quedó sin dinero y sin gabarra. Todo de buena fe sin documentos ni recibos. No me refiero solo a Jhony, en el mismo problema están media docena de comunidades que pierden plata por caer en manos de burdos estafadores que les animan a organizarse en empresas chuecas.

Ambos estereotipos se apoyan en una credulidad cultural mágica invencible que el estafador manipula y la convierte en enfermedad crónica incurable o en obsesión por el poder y el dinero fácil que abre todas las puertas, aunque la llave sigua manejada por los artificios engañosos del blanco que ofrece salud y felicidad plena.

Uno de los grupos de estafadores estaría conformado por personajes o empresas de “cuello blanco”: al que pertenece la gran estafa petrolera, compañías, empresas de servicios petroleros y sus relacionadores comunitarios que llenan sus mentes de un mundo de ilusiones y los despiertan empachados de desilusiones y fracaso.

Al otro grupo pertenecerían los aprovechados de “poncho”. Ningún representante de cada grupo está en la cárcel por estafa, pues la cárcel no castiga el delito, premia con la impunidad la explotación de los ricos y castiga al ostracismo más cruel a los pobres sociales y a los despreciados por la cultura. La justicia, además, está tan venida a menos que no hay en la cárcel nadie condenado por corrupción por más corrupto que sea. La estafa envenena la felicidad de los pobres, convirtiéndola en la madre de todos sus conflictos.

El pueblo naporuna está desarrollando y sufre dolorosamente con estas enfermedades modernas de tipo psico-económico, introducidas al contacto con la cultura mestiza (mishu pahu) que ha causado la ruptura de su mundo cultural de valores y los ha lanzado a las manos de estafadores de riplay que prometen salud y plata a “cutiplé”, dejando en relantín las referencias a su misterioso mundo mágico de poderes y de la vida placentera familiar para seguir estafando impunemente.

Anteriormente al no existir la acumulación (las transacciones se hacían por intercambios y según la necesidad) y al funcionar del mismo modo la igualdad y la equidad en la convivencia comunitaria, se desconocían actitudes y obsesiones que ahora, al aparecer la magia de la plata que cura toda dolencia y del dios dinero que trae felicidad individual, se transforman en un caudal irresistible de ambiciones económicas y de necesidades perentorias de dinero rápido en ambas direcciones, que consolida la estafa como sistema de relaciones sociales.

La estafa se caracteriza por una defraudación real y efectiva de naturaleza económica: dinero o bienes valorables, muebles e inmuebles. El estafador lesiona el patrimonio ajeno de forma no violenta por medio del engaño, con ánimo y propósito de beneficio y lucro personal o corporativo. La estafa se consuma cuando el dinero o el bien sustraído pasa a manos del estafador, aunque no se haya producido todavía el lucro. El importe del valor de la estafa sería la base de la sanción penal que corresponde a este delito. Su característica primordial es el uso de artificios o engaños que lo diferencia del hurto ya que en la estafa la apropiación se hace con el consentimiento voluntario del estafado que da crédito al estafador y le hace entrega del bien con agrado: “el pobre se cree de uno”. A la actitud estafadora corresponde otra actitud invencible de credulidad de la víctima. El crédulo es el que cree fácilmente, sin reflexionar, da por verdadera o cierta una cosa sin el suficiente fundamento y sin estar comprobada. De él se dice que tiene “buenas creederas”.

El estafador es amoral, un lobo vestido con piel de oveja, un rata que juega con las creencias y la buena fe de la gente sencilla y las ata a los deseos de su obscura y desviada personalidad a la que el estafado da cabal asentimiento. Hay un sometimiento total del juicio por lo que resulta imposible el conflicto. Los resultados de la credulidad están más allá de la imaginación y son mucho más firmes que los de la lógica. Es una experiencia del espíritu o sentimiento irreductible en el que se da una identificación entre fe y juicio de valor, implica un compromiso real que elimina la duda y lleva a la acción. Para el estafado, la ruptura de la confianza en el estafador le supone una catástrofe espiritual.

La gran paradoja: ¡para el sarcástico estafador habrá sido el negocio del siglo!

La estafa tiene lugar en sistemas sociales en los que se adora el dinero fácil, impera la impunidad, la dependencia y se ha quebrado la conciencia de los valores culturales. No se aborda la necesidad económica corriendo crédulamente hacia el estafador que ofrece dinero milagroso.

No hay que llamar a la gente a soñar, sino a despertar. Se trata de controlar el obscuro deseo de ser engañado que está dentro de uno mismo.

Detrás de promesas económicas, paraísos fiscales, proyectos de ensueño, dinero fácil y sonrisa amplia se esconde un ladrón.

Achakaspi

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14 de Marzo, 2016

 

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