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EL MUSEO CICAME

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Además de la labor cultural descrita, el Vicariato de Aguarico, por medio de los Capuchinos y la Fundación Alejandro Labaka se ha interesado en un Museo, cuya historia se relata a continuación

 

En el año 1975, cuando llevaban viviendo en la zona algo más de 20 años, los capuchinos de la Misión de Aguarico, decidieron dar un giro importante a su labor. Estudiar mucho más sistemáticamente la cultura, historia, en fin, todas las señales de identidad de los grupos indígenas de la zona. Con ese fin se fundó el centro llamado CICAME.

La oficina central se situó en la isla de Pompeya (Lunchi isla), unos 50 kms. abajo de Coca o Francisco de Orellana, en el río Napo.

Algunas de sus actividades más relevantes han girado en torno a dos orientaciones:

Labor de investigación, edición y publicación de estudios históricos, sociológicos, antropológicos, entre otros;

Rescate arqueológico, con la consiguiente exhibición en un Museo de sitio.

A su vez, la primera tarea estaba marcada por dos tipos de destinatarios:

los propios habitantes del área, indígenas en su mayoría;

la sociedad nacional, o visitantes esporádicos.

Dejando a un lado todo el material didáctico producido para los habitantes locales, podríamos resumir los logros más conocidos de CICAME/ediciones en los siguientes aspectos:

  • cientos de grabaciones de tradiciones orales indígenas de diversos pueblos, especialmente, sionas, secoyas, naporunas y huaorani;
  • más de 100 publicaciones en los primeros 25 años de existencia, muchas de ellas actualmente agotadas;
  • trabajos sobre ramas tan diversas como: estudios antropológicos, lingüísticos, gramáticas de lenguas autóctonas, ejercicios sociológicos, obras históricas, tratados pedagógicos, investigaciones médicas, traducciones litúrgicas y religiosas, indagaciones arqueológicas, entre otras.

En esta presentación nos referimos tan sólo a la parte arqueológica, pero no debe olvidarse que ésta estuvo siempre dirigida e integrada dentro de una búsqueda global de identidad para los diversos pueblos indígenas de la región, sometidos a una radical evolución por la atropellada transformación del entorno y, consecuentemente, necesitados de un afianzamiento de sus rasgos fundamentales de personalización y desarrollo.

 

El Rescate Silencioso

El primer rescate de una pieza notable de la actual colección CICAME data de los inicios de los años 60: se trata de una magnífica pieza encontrada por naporunas en el Yasuní. Blomberg la fotografió en una imagen que insinúa un cierto parecido entre la cabeza de la urna y su exhibidor.

El descubrimiento marca alguna de las características que definirán más tarde a la colección:

  • se trata de hallazgos fortuitos, hechos por indígenas al trabajar en sus chacras o, más habitualmente, por los derrumbes ocasionales de las crecientes en las orillas de los ríos.
  • CICAME ha conseguido después, por intercambio o compra, esas piezas que no tenían otro destino sino su probable rotura en las casas indias, o -cosa rara en los primeros tiempos pero en los últimos años cada vez más habitual- la venta de las mismas a compradores extranjeros más que nacionales.

Por esta cautela en seguir los hallazgos sobre el terreno y por su conocimiento personal de todos los indígenas de la zona, este Centro, sin haber nunca realizado excavaciones, puede exhibir ahora un mapa exacto de sus hallazgos, cosa única en el panorama ecuatoriano, donde la mayor parte de las piezas se deben a huaqueros, con sus correspondientes intermediarios de venta, y permanecen, por ello, sin situar sobre el terreno.

Hace, por tanto, más de treinta años que CICAME viene haciendo esta sorda labor de conservación y salvamento del patrimonio arqueológico ecuatoriano en el nororiente. Se ha debido invertir mucho tiempo, dedicación, paciencia (los naporunas destruían las piezas, o borraban sus pinturas, por ser cosa de espíritus malignos) y dinero, para conseguir lentamente esa colección, única en su género.

 

Destino de otras piezas

Como es natural, no todas las piezas del área eran rescatadas por CICAME. Un compendio aproximado de apropiaciones sería el siguiente:

Existe una tradición documentada de extracciones de estas piezas, al menos desde las últimas misiones jesuíticas en la zona (s. XIX, P. Collini), pasando por viajeros de finales del XIX y comienzos del XX: Simpson, Loch, entre otros. Las piezas halladas salieron del país.

Algunos caucheros o patronos de la ribera guardaban para sí piezas importantes, que luego regalaban o vendían a visitantes ilustres, nacionales o no. Véase la colección actual del Museo Jijón y Caamaño, procedente en buena parte de la hacienda de Julio San Miguel (Arcadia, 1919).

A finales de los 50, los esposos Evans-Meggers, excavaron en lugares del bajo Napo y el Tiputini, consiguiendo al mismo tiempo piezas valiosas que reposan hoy en Museos de Estados Unidos. Cosa semejante hizo después el P. Porras en sitios como el Yasuní, de donde proceden las piezas exhibidas en el Museo Arqueológico de la Universidad Católica quiteña.

En ocasiones, la instalación de una base misionera (caso de Limoncocha), militar (Tiputini), o turística (Garza Cocha), se ha dado dentro de terrenos ricos en hallazgos, a veces auténticos cementerios ancestrales. De ahí proceden piezas valiosas, actualmente en distintos paraderos: colección del ejército, Municipalidad de Quito, Museos de Estados Unidos, colecciones privadas, entre otras.

Residentes blancos tradicionales en la zona han destinado estas piezas a diversos usos: unos (como es el caso del sr. D. Pauker) a su propia colección cerámica; otros a la pingüe venta para coleccionistas extranjeros o, en menor medida, nacionales (Banco Central del Ecuador).

Por fin, sobre todo en el último período, cuando la evidencia del valor de las piezas ha sido reconocida, se está dando una verdadera búsqueda y captura por parte de intermediarios de estos vestigios valiosos para una venta posterior. El precio de los restos cerámicos napeños se ha acrecentado de forma prodigiosa. Se puede decir, sin temor a equivocarse, que el peligro actual de expolio del patrimonio nacional en la zona es elevado.

 

Estudios sobre el tema

Evans-Meggers, en su trabajo preliminar publicado en 1968, definieron la llamada Fase Napo (s. XII-XV), a la que pertenecerían la mayoría de estos restos cerámicos. Habría otras fases colaterales o yuxtapuestas (Tihuacuno, por ejemplo).

Después de esa monografía no hubo trabajos sistemáticos sobre el tema; con ello puede comprobarse hasta qué punto nos encontramos apenas en los albores del estudio. El P. Porras dedicó al tema varios artículos y diversas excavaciones, pero su esfuerzo se concentró sobre todo en el área de Baeza y cabeceras del río Napo.

Más recientemente, compañías petroleras como Maxus u OXY, han encargado a diversos arqueólogos labores de excavación e investigación en sus campos de trabajo. Sin embargo, pese a las fuertes sumas invertidas no ha surgido ningún estudio de interés hasta la fecha, al menos conocido por la opinión pública.

Aunque CICAME no cuenta entre sus miembros con ningún especialista arqueólogo ha logrado realizar aportes definitivos para el conocimiento del tema mediante aproximaciones con varias exploraciones y publicaciones:

  • Juan Santos Ortiz de Villalba publicó en 1.981 ANTIGUAS CULTURAS AMAZÓNICAS ECUATORIANAS: FASE NAPO, aludiendo a los hallazgos obtenidos, situándolos sobre el terreno, y proponiendo hipótesis de trabajo para su interpretación.
  • José Luis Palacio, en 1.989, con su obra LOS OMAGUAS EN EL RÍO NAPO ECUATORIANO, a través de las fuentes históricas, logra una breve descripción de las características principales de ese grupo indígena, vinculándolas a la cerámica de la Fase.
  • Miguel Ángel Cabodevilla, en CULTURAS DE AYER Y HOY EN EL RÍO NAPO, además de ofrecer una sucinta guía tanto del Museo como de los pueblos indígenas del área, muestra un vasto panorama de esta Fase arqueológica, no sólo con los nuevos hallazgos de CICAME, sino también, a través de las principales colecciones públicas o privadas ecuatorianas donde se halla representada.

 

Transformaciones del museo CICAME

Durante años las piezas iban acumulándose en el Centro CICAME de Pompeya, una casa de paja, similar a las de los indígenas del entorno.

A comienzos de los años 70, con el crecimiento de la colección, se plantearon algunas necesidades que aún hoy siguen vigentes:

  • su adecuada conservación;
  • la exhibición de la misma, dirigida tanto a los habitantes del área (acompañada de procesos de formación para adultos), como a los visitantes o investigadores(as), nacionales y afuereños, que fueron paulatinamente acercándose al lugar;
  • el estudio de la muestra desde varios puntos de vista: arqueológico, histórico, territorial, cultural, entre otros.

Desde entonces se han cumplido varias etapas que enumeramos en breve:

  • La Misión habilitó una sala de exposición dentro del primer local construido como Centro CICAME, en la isla de Pompeya;
  • En la década siguiente, la muestra se exhibió en un antiguo edificio escolar preparado para el efecto. Se componía de dos grandes salas destinadas a las dos colecciones de arqueología y etnografía.
  • Nuevos hallazgos de piezas, una mayor afluencia de visitantes aprovechando los nuevos accesos creados por compañías petroleras, además de la necesidad de resguardar las piezas de los robos ocasionales, motivaron otra considerable remodelación del edificio a comienzos de los años 90, exhibiendo ahora las piezas bajo urnas protectoras y con una más adecuada y didáctica.

Durante tres largas décadas el Museo CICAME no recibió ninguna ayuda para su conservación o desarrollo cultural. Únicamente en la última innovación recibimos la ayuda invalorable del sr. Antonio Heuberger y su Fundación.

Ecuador tenía en estas tierras amazónicas un tesoro tan precioso como desconocido.

 

Rostros de Luna

En el año 1.999, CICAME, con la contribución substancial de José Antonio Hernández, Agregado cultural de la Embajada de España, el patrocinio de la Agencia Española de Cooperación Internacional y el Museo Artes, organizó en Quito la Exposición ROSTROS DE LUNA: a lo largo de cinco meses, por el Museo antes citado, pasaron miles de visitantes.

Fue la ocasión de mostrar en la capital de la república el gran tesoro de sus selvas orientales.

Sin duda, una de las claves del enorme éxito que alcanzó la muestra, con varios miles de visitantes, consistió en la capacidad de convocatoria que ella tuvo a varios niveles:

Ante todo, la presencia de las mejores piezas Napo existentes en las principales colecciones (institucionales o privadas) de Ecuador.

La colaboración de empresas privadas, empeñadas en un mecenazgo cultural (tales como Editorial Santillana, OXY, Banco Internacional, entre otras), instituciones públicas como el Municipio quiteño, el Banco Central ecuatoriano, universidades, y la colaboración del Ministerio de Cultura.

Sin duda, el hecho de que fuera inaugurada por el Presidente de la República y Su Majestad, la Reina Sofía, de España, fue sustancial para llamar la atención de la ciudadanía sobre el valor nacional e internacional de la muestra.

La Exposición fue el centro de una serie de actos encaminados al conocimiento de la Amazonía que desplegaron en el Museo Artes un variado muestrario de saberes: semana de cine amazónico; debates políticos y culturales sobre el ayer y el hoy de la región; exhibiciones de fotografía etnográfica; presentaciones de cartografía antigua y actual; y otros eventos que consiguieron amplia resonancia en los medios de comunicación.

En conexión con la Secretaría de Cultura del Municipio, y con la ayuda de un buen material didáctico adaptado a cada edad, se invitó a todas las escuelas y colegios de la capital. Alrededor de cuatro mil estudiantes recorrieron la muestra y participaron en concursos de redacción y dibujo.

En definitiva, la salida de la colección a Quito fue un gran éxito cultural que constató varias oportunidades que tendría en su mano el Museo CICAME:

Su capacidad de aglutinar en una colección ecuatoriana conjunta una amplia muestra de esta cerámica amazónica, atrayendo piezas de otras colecciones para una exposición permanente en su lugar de origen. De hecho, el Municipio de Quito cedió dos importantes piezas para su futura exposición en CICAME.

La atracción que esta cerámica ejerce sobre los visitantes, si el Museo se convierte en algo vivo, capaz de sugerir no sólo una visita al pasado, sino también al presente amazónico. Rostros de Luna es una exposición que acerca al país con su historia, y, por tanto, aporta en la formación de una conciencia nacional viva sobre la región amazónica, su pasado, su presente y su futuro.

Rostros de Luna regresó a la isla de Pompeya, enriquecida con un nuevo montaje y con la experiencia de su presentación en Quito.

Desde entonces el reto ha sido lograr que la colección sea algo más importante e influyente para la zona, y, por tanto, un centro de interés nacional.

 

El actual museo CICAME en Pompeya, un Museo Etnográfico

El Museo Cicame de Pompeya, como centro arqueológico, tuvo su momento. Fue renovado en el 2001, aún con la muestra arqueológica y, en el 2009, empezó otro proceso: se convirtió en un museo etnográfico. ¿Porqué? La idea de convertir al pequeño museo de Cicame en un Centro Cultural Amazónico y contribuir así con el herario patrimonial público, fue bien recibida por el Gobierno Municipal de Orellana y, desde varios mecanismos para lograr fondos públicos, se inició un proyecto mucho más ambicioso: la construcción del Museo Arqueológico y Centro Cultural de Orellana, MACCO.

Para ello, había que sacar las piezas a Quito para restauración y para iniciar con la colección arqueológica, un nuevo proyecto, más ambicioso.

Así, desde la Fundación Alejandro Labaka y el Vicariato de Aguarico, se propuso que el Museo de Pompeya se transforme, pero no se pierda. Para ello se presentó un proyecto a Fundación Repsol, como parte de los convenios de buena vecindad, y se transformó el pequeño museo arqueológico en un museo etnográfico.

Un montaje con contenido más didáctico, un recorrido por la selva que muestra, desde los antiguos habitantes que la poblaban, hasta los cambios que se han dado en la selva actual, siempre, pensando en la selva habitada, intervenida por la mano del hombre. Al antiguo Museo los Kichwas no entraban: las vasijas y urnas funerarias ahí exhibidas, les daba mal aire… el samai, o espíritu de muerto, deambulaba por ahí y a los runas eso les daba miedo. Era entrar, de lleno, en el misterioso mundo de los espíritus.

La nueva propuesta museográfica les resulta más dinámica: pueden reconocerse en los bejucos de ayawaska y en los bancos de shamán; sorprenderse con las armas de guerra de los “patas coloradas”; recordar las trampas que los abuelos usaban para cazar animales antes de la existencia de las escopetas y reconocer el particular tejido de las hamacas que distingue a las distintas etnias.

El recorrido es más amable e integra, no solo material etnográfico, sino una serie de fotografìas que dicen del modo de vida de los habitantes de esa región amazónica. Sionas, Secoyas, Cofanes, Kichwas y Waorani, tienen su lugar en el museo: las coloridas vestimentas y adornos de los Secoyas y Cofanes, provenientes de los indios tucanos o la simplicidad de la vida nómada de los Waorani o “hombres de las colinas”, contactados hace apenas 50 años. Además, el visitante encontrará allí la única evidencia de los pueblos llamados “sin contacto”: las lanzas, utilizadas en los terribles ataques sucedidos en los últimos años. Armas de guerra entregadas a estos pueblos directamente de sus dioses para defender su territorio.
Quienes aún creen que estos pueblos son una invención o una fantasmagoría, podrán comprobar que esas enormes lanzas de madera de chonta, finamente labradas y adornadas con coloridas plumas, son la evidencia más concreta de la existencia de los tagaeri/taromenani.
El Museo Etnográfico de Pompeya pone énfasis en algunos espacios: la casa, como centro de la vida indígena; la cacería, como espacio de subsistencia; la guerra; el espacio festivo y ritual; y el mundo espiritual. Para finalizar el recorrido, un espacio para la reflexión: el presente y el futuro de la selva y de las sociedades indígenas.

En el Museo Etnográfico de Pompeya se realizan encuentros educativos en donde los estudiantes de la provincia tienen visitas guiadas y actividades pedagógicas que complementan sus conocimientos en materia de historia local. Desde el 2009, cuenta con un guía local, Antonio Cerda, quien es el encargado de acompañar a los visitantes a recorrer el museo, su historia, los objetos etnográficos

 

MACCO: el nuevo museo, un reto mayor

El Museo Arqueológico y Centro Cultural de Orellana, que se está construyendo en Coca, es uno de los proyectos más anhelados tanto por el Vicariato de Aguarico, la misión capuchina y la Fundación Alejandro Labaka. Fue Miguel Angel Cabodevilla, quien, desde que se inició en proceso de restauración de la Colección Cicame, ha impulsado a los gobiernos locales a emprender esta apuesta. La propuesta fue acogida por la Municipalidad y, a partir del 2001 se comenzó a trabajar en esa dirección. Se presentó un proyecto arquitectónico, realizado por el Arq. Rubén Moreira, a consideración del gobierno municipal de Orellana y este fue aceptado e integrado a los planes de rehabilitación urbana de Coca, una ciudad que crece vertiginosamente en los últimos años. Un primer aporte, desde los fondos de excedentes petroleros, llamados fondos Cereps-Ministerio del Ambiente, han hecho realidad la primera etapa: un auditorio con capacidad para 200 personas funciona en Coca desde el 2010.

Las gestiones han continuado y, en el 2010 se puso la primera piedra de lo que será un enorme centro cultural, con áreas para Museo, Archivo, Biblioteca Digital, salas de exposiciones temporales, donde se albergará la colección Cicame, la más importante colección arqueológica de la región.

Está previsto que el Museo esté terminado en el 2014 y que, mediante convenio entre el Municipio, el Vicariato de Aguarico (Cicame) y la Fundación Alejandro Labaka, que ha tomado la posta en el trabajo cultural y editorial de Cicame en los últimos años, se pueda garantizar que sea un espacio ciudadano en el que se pueda velar por el patrimonio y revalorizar la historia cultural de la Amazonía Ecuatoriana.

Hasta tanto, la colección arqueológica CICAME, se ha puesto en exhibición en una sala de exposiciones pública en Coca, donde, una nueva versión de aquella Rostros de Luna, presentada en 1999 en Quito, ha estado expuesta en Coca desde septiembre del 2012 con el apoyo de Fundación Repsol y del Gobierno Municipal de Orellana. Esta exposición temporal, previa al Museo, ha tenido, desde su apertura, un promedio de 10 mil visitantes en su primer año y es considerada un ensayo general de lo que será el MACCO para la región.

 

(Este trabajo ha sido escrito por José Antonio Recalde, excepto la parte referente al Museo, escrita por Milagros Aguirre)

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