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Las escenas olvidadas del reencuentro

de las niñas taromenane

Fotografías del libro: Una tragedia ocultada, de Milagros Aguirre y Miguel Ángel Cabodevilla

Las hermanas taromenane han estado separadas desde noviembre de 2013. Ahora viven con familias adoptivas.

La Fiscalía informó el pasado 28 de agosto sobre el reencuentro de las hermanas taromenane que sobrevivieron a la matanza de su clan en 2013. Pero detrás de ese hecho hay una historia de dolor, desaciertos y revictimización de las menores por parte de la Fiscalía y del Estado. Plan V consultó con waoranis, expertos y funcionarios para recuperar la memoria de esa tragedia.

SUSANA MORÁN

 

Dos niñas y una matanza

En la primera escena están los rostros pálidos de dos niñas taromenanes. La una tiene siete años, la otra tres. Ambas fueron secuestradas por un grupo de waoranis en abril de 2013, después de que los hombres indígenas mataran a un número aún indeterminado de taromenanes en aislamiento en la selva amazónica ecuatoriana.

La periodista Milagros Aguirre recreó el plagio de las dos niñas en su libro Una tragedia ocultada, que escribió junto con el sacerdote capuchino Miguel Ángel Cabodevilla y que fue censurado en el gobierno de Rafael Correa. Las niñas, narra la comunicadora, fueron llevadas a la comunidad Yarentaro en canoa. Las menores se llaman C. y D. La mayor es C. y cuando fue trasladada por sus captores tenía amoratados sus labios, describe la periodista. D, en cambio, reflejaba una tristeza infinita.

Las niñas sobrevivieron porque se escondieron junto a su madre. Ella era joven y con sus dos hijas habría estado fuera de la casa donde se produjo la matanza. Pidió a los vengadores que respetaran su vida y la de sus hijas; se ofreció para ser la mujer de quien la llevara. El libro tiene un duro relato relato sobre los últimos minutos de la madre:

“Entonces un wao reclamó para sí a las dos niñas. El rapto de niñas, tanto de otros grupos waorani atacados como también de cowori, ha sido bastante frecuente en su tradición. Algunos se negaron a aceptarlo, pues insistían en que todos debían morir, y se produjo un momento de gran tensión. El relato insinúa que podría haber habido disparos entre waorani de no haber estado varias de sus armas descargadas. Al ver aquello, la mujer se ofreció a un veterano, el cual estuvo tentado de llevarla también consigo. No se lo permitieron, le dijeron que no podría encargarse de ella, era demasiado viejo para retenerla sin que huyera. Así que uno de ellos la mató allí mismo, ante los ojos de sus hijas”.

¿Un nuevo secuestro?

Después de la matanza, las niñas vivieron en las comunidades aledañas Yarentaro y Dikaro, ubicadas en el Bloque 16.

La segunda escena empieza en una escuela en Yarentaro, el 26 de noviembre de 2013. Policías élites encapuchados ingresaron a las aulas donde asistía C. y la sacaron a la fuerza. La pequeña había permanecido allí por ocho meses. Usaron dos helicópteros. La subieron a uno de ellos y la trasladaron hasta un hospital en el Coca, capital de Orellana. Para el Gobierno, esta acción fue un rescate. Pero para activistas y líderes waorani se trató de otro secuestro, esta vez por parte del Estado.

Pero, ¿por qué las separaron? El entonces fiscal Galo Chiriboga justificó la sorpresiva intervención. Aseguró que la niña más pequeña estaba en una zona donde no corría peligro, mientras que la otra sí tenía riesgo. Pero nunca explicó qué pasaba con las niñas para armar una incursión policial jamás vista en esa población waorani. Un reporte de la agencia EFE lo recuerda: “El informe ministerial no precisa si se produjeron incidentes con los indígenas waoranis que mantenían retenida a la menor, así como tampoco sobre la situación de la otra niña taromenane que fue capturada tras el ataque de abril”. Ese mismo día detuvieron a seis personas involucradas en la matanza y así empezó un proceso que ha sido calificado como un galimatías judicial.

D., la hermana menor, se quedó en Dikaro. Mientras que C. fue trasladada hasta la comunidad de Bameno, ubicada en el río Shiripuno, en la zona intangible del Yasuní. Fueron separadas. Ambas poblaciones quedan a un día de camino. Desde entonces las dos niñas viven con sus nuevas familias. D. vive con la familia de Araba Omeguai, su captor, y C. fue adoptada por Penti Baihua, un líder de Bameno.

Pero para llegar a ese momento, Aguirre sostiene que el Estado dio ‘palos de ciego’, además de revictimizar a la niña. Y esa acción provocó que se creen tensiones entre los waoranis de Dikaro y Yarentaro con la comunidad de Bameno que acogió a la niña C.

Imágenes de la niña C., la mayor de las hermanas, en la comunidad waorani que la acogió.

UNA TRAGEDIA OCULTADA ES UN LIBRO ESCRITO POR MILAGROS AGUIRRE Y MIGUEL ÁNGEL CABODEVILLA. EN ESTE MES DE SEPTIEMBRE CUMPLE SEIS AÑOS DE SU PUBLICACIÓN. REVELÓ LOS DETALLES DE LA MASACRE DE TAROMENANES EN 2013. LA OBRA FUE CENSURADA EN EL GOBIERNO DE RAFAEL CORREA.

El padre José Miguel Goldáraz, del Vicariato de Aguarico, aún cuestiona duramente el operativo que separó a las niñas. “Fue un verdadero secuestro. Va en contra de los derechos y fue algo criminal con todo el grupo de niñas waoranis (de la escuela)”.

El religioso, quien vive en la zona desde hace 50 años y trabaja de cerca con las comunidades indígenas, explica que dentro de mundo waorani, las niñas fueron llevadas por los vengadores para adoptarlas. Y refuta la versión oficial. El Ministerio del Interior de entonces dijo que fueron capturadas como un trofeo de guerra. “El Gobierno dijo que son testigos son protegidos. Para mí tienen que protegerles del Gobierno. Ellas han sido protegidas por sus padres adoptivos. (Dijeron que) como eran raptadas corrían riesgo total, pero no entienden nada de la mentalidad waorani. Las tienen como hijas no como botín de guerra”.

En efecto, desde el primer año se supo que D. creó lazo afectivos con la familia de Araba. Él fue uno de los vengadores, pero expertos y fundaciones coinciden en que él la protege y la quiere. Él fue uno de los procesados por la matanza. El pasado 14 de agosto, los waoranis acusados conocieron su sentencia: 200 horas de trabajo comunitario. La Fiscalía informó que la resolución aplicó principios de interculturalidad. Pero ese juicio, que primero fue por genocidio y luego por homicidio, generó duras críticas por el desconocimiento y entendimiento de los funcionarios judiciales sobre la cosmovisión waorani.

De regreso a las niñas, su vida se ha integrado a sus comunidades. Plan V pudo conversar con Penti Baihua, el padre adoptivo de la niña C. Recuerda que el día que la acogió había llegado a Bameno después de un viaje con unos turistas. Su hermano le dijo que había una niña que la querían mover a otro lugar. Fue a saludar y cuando la vio se dio cuenta que era una niña waorani. La recibió y la integró a su familia. Penti tiene una gran familia de cinco hijos y tres hijas. Todos están casados. Pero ahora C. vive con la cuñada de su esposa y una nieta con discapacidad. C. lo llama ‘abuelo’ y Penti dice que es un niña feliz y libre. Del Estado solo ha recibido víveres y ropa.

¿Un reencuentro improvisado?

La tercera escena es el reencuentro. Pasaron seis años para que se diera. Según un boletín, la gestión de la Fiscalía y la de la mesa interinstitucional permitieron un acercamiento entre las comunidades waoranis. Estuvieron presentes Penti y Araba con sus respectivas hijas. Plan V conoció que una primera visita se dio en Pompeya, una comunidad kichwa, ubicada a una hora río abajo por el Napo, en el camino hacia Dikaro. Después se dio el encuentro oficial. A este último asistieron autoridades de la Fiscalía, del Ministerio de Salud y de la Secretaría de Derechos Humanos.

Penti contó a Plan V que a la cita llegó él y Araba con sus esposas. Las niñas conversaron, caminaron y se bañaron en una piscina. Dijo que ambas están muy bien. Para Penti, el reencuentro fue un hecho importante. Agregó que la niña C. está aprendiendo español. Las hermanas aprovecharon las vacaciones para verse. Asimismo espera que las menores puedan visitarse de ahora en adelante en esos lapsos. ¿Por qué no se vieron antes? Según Penti, C. tenía miedo y él, como su padre adoptivo, no quería generar más problemas.

Pero este reencuentro tiene críticas. El padre Goldáraz lo considera un ‘show’. Porque en su opinión no ha se ha dado paso a dos temas trascendentales: la reparación y la investigación de los hechos que derivaron en la matanza de 2013. Sobre lo primero, la única institución que ayudó en algo a las menores fue Salud, en su opinión. D. fue atendida en el puesto de salud que existe en Dikaro. A C. la revisaron las brigadas itinerantes que se trasladaban a la zona de Bameno. Una de las niñas, C., hasta ahora no ha sido inscrita en el Registro Civil.

"EL RAPTO DE NIÑAS, TANTO DE OTROS GRUPOS WAORANI ATACADOS COMO TAMBIÉN DE COWORI, HA SIDO BASTANTE FRECUENTE EN SU TRADICIÓN", EXPLICA EL LIBRO UNA TRAGEDIA OCULTADA

Sobre las investigaciones, está la falta de indagación sobre la presión de las petroleras en territorio de los pueblos en aislamiento voluntario. Como lo describe el libro La tragedia ocultada los hechos iniciaron el 5 de marzo de 2013 en el poblado wao de Yarentaro, al borde de la Vía Maxus, en pleno Bloque 16 explotado por Repsol. Ese día apareció un grupo numeroso de hombres taromenane corpulentos con sus lanzas. De Yarentaro era vecina la pareja de ancianos waoranis Ompure y Buganey. A diferencia de su familia que era más cercana a la petrolera, ellos vivían lejos, en la selva. Ambos fueron emboscados por el grupo de hombres y lanceados. Murieron.

Pero el libro revela que Ompure había tenido fricciones previas con los taromenanes. Ellos le pidieron hachas, machetes y ollas, pero el anciano no pudo conseguir suficientes para todos. También su casa estaba en el camino de los guerreros. Ompure vivía con miedo porque además a él le reclamaba por “cualquiera que irrespetaba su territorio, por el ruido de los pozos petroleros del norte, por las carreteras que cortaban sus antiguas sendas e impedían su paso”. Penti dice que el clan tagaeri-taromename estaba muy enojado porque creían que iban a invadir sus tierras. Tras la muerte de los ancianos, los waoranis buscaron venganza y asesinaron a un grupo de taromenanes que pudo pasar los 20.

El libro recoge otra declaración de la Fiscalía que pasó desapercibida. “La Fiscalía está verificando una versión dada por las menores de que una aeronave hizo un sobrevuelo y arrojó comida envenenada que comieron varios indígenas Taromenane, produciendo la muerte de algunos de ellos. El fiscal Chiriboga dejó abierta la posibilidad de que, de comprobarse el asesinato y determinar responsables, estos podrían ser juzgados por la justicia ordinaria”. Pero el padre Goldáraz recuerda que esa versión nunca fue investigada.

EL PADRE JOSÉ MIGUEL GOLDARAZ, DEL VICARIATO DE AGUARICO, AÚN CUESTIONA DURAMENTE EL OPERATIVO QUE SEPARÓ A LAS NIÑAS. “FUE UN VERDADERO SECUESTRO. VA EN CONTRA DE LOS DERECHOS Y FUE ALGO CRIMINAL CON TODO EL GRUPO DE NIÑAS WAORANIS (DE LA ESCUELA)”.

Jesús García, presidente de la Fundación Labaka, afirma que el Estado ha sido partícipe del conflicto porque está obligado a proteger los pueblos no contactados. Recalca que la zona intangible y de amortiguamiento del Yasuní no ha sido respetada y se ha ido reduciendo. “Ha existido una intromisión constante dentro de su hábitat. Hay una violencia institucional y social que no siempre se ha valorado”.

La Fiscalía hizo y deshizo en el caso, recuerda Aguirre. En el libro narra junto con Cabodevilla el celo de esa institución en las investigaciones y expresaba su molestia por las opiniones sobre el tema. Ahora de nuevo entra a escena con el reencuentro de las hermanas. Según un funcionario que prefirió mantener su anonimato y que ha seguido de cerca la situación de las niñas en los últimos seis años, el reencuentro fue improvisado. La Fiscalía informó de última hora que se iba a dar esa cita y los actores operativos -que han cuidado y conocen a las niñas- no estuvieron presentes. Eso a pesar de que dos semanas antes, la mesa interinstitucional se había planteado generar un protocolo previo. Tampoco se había definido una fecha. Dice que la mayoría de los funcionarios se enteraron por la prensa. Algo que en su criterio tuvo como finalidad un ‘show mediático’.

¿Hubo algún protocolo? Plan V buscó una respuesta de Pío Palacios, fiscal provincial de Orellana, pero prefirió que la funcionaria encargada del tema Anahí Briceño, directora nacional del Sistema de Protección de Víctimas y Testigos, se pronunciara. Ella estuvo presente en el reencuentro. Briceño dijo que respondería en una semana la entrevista. “¿Qué situaciones puede generar el post encuentro?”, se pregunta la fuente. “Es una tomadura de pelo frente al interés superior de las niñas”, agrega.

Penti narra que ahora su principal lucha es por preservar sus tierras ancestrales y pide al Estado que las reconozca como tales. A él y su comunidad les preocupa el avance de la explotación de los Bloques 43 y 31 en el Yasuní. Y por eso manda un mensaje al Gobierno: “Deja vivir en nuestro territorio, no queremos más petroleras. C. necesita de su territorio y de su familia”.

https://www.planv.com.ec/historias/sociedad/escenas-olvidadas-del-reencuentro-ninas-taromenane

 

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